Por Víctor Pineda R.
El 15 de abril de 1912 ha pasado a la historia como uno de los días en que la estupidez superó por amplio margen a las capacidades del ser humano para hacer las cosas como corresponde o, mejor dicho, como debiera corresponder cuando las mentes mandantes se aplican un poco y no se dejan llevar por la soberbia, uno de los más espantosos y frecuentes de los siete pecados capitales.
El “RMS Titanic” se fue a pique arrastrando a 1.500 personas al fondo del Atlántico Norte porque la arrogancia de sus propietarios y conductores se olvidó del sentido común. Se creyeron dioses capaces de construir una embarcación tan piolita que sencillamente no podía hundirse. Se creyeron su propio cuento y no alcanzaron a completar ni una vuelta. Ni Di Caprio los pudo salvar.
Ha pasado poco más de un siglo, pero el mal ejemplo del infortunado barco se repite a cada instante. Muy pocos años después, en la misma y sabia Europa y otros puntos distantes, durante la cruel Primera Guerra Mundial, numerosos generales, tan altaneros como los popes del “Titanic” se metieron el sentido común por donde mejor les cupo y mandaron a una absurda muerte a miles y miles de soldados imposibilitados de parar el carro a sus carniceros, que después de cada batalla se repartían medallas, ascensos, botellas de champán rosado y congratulaciones por haber avanzado 30 centímetros hacia una trinchera enemiga.
Eso, como comienzo, pero no nos quedemos en el pasado echándoles la culpa a los demás, porque va a ser muy difícil que algún día nuestra especie logre dejar atrás sus eternas trancas y comience a aplicar el criterio a pleno.
Se dice, al parecer con razón, que el sentido común es el menos común de los sentidos, y ejemplo que apuntan en esa dirección aparecen a cada rato, aunque sea en episodios claramente intrascendentes.
La caridad comienza por casa. Hace unos días me mandaron a comprar pan y a la pasada metí una lata de cerveza al canasto. “Su carné, señor”, me dijo el joven cajero a la hora de ir a pagar.
“Entiendo que estás obligado a pedírmelo, porque así dice la ley de alcoholes, pero ¿no te parece que es demasiado evidente que tengo un poquito más de 18 años?”, le respondí, al momento que sacaba el documento, porque realmente el muchacho estaba obligado a exigirlo y yo a mostrarlo.
Sin embargo, ¿no creen que es pelotudamente absurdo que le pidan el carné a un hombre que parece abuelo, que viste como abuelo, que ya camina como abuelo y que ya es requete abuelo, para poder entregarle una lata de cerveza porque la ley dice que no se puede vender alcohol a menores de edad? Falta de sentido común, obviamente, porque además si un grupo de jovencitos quiere tomarse unos barriles de chelas, los van a encargar al que ya tenga 18 y asunto resuelto.
En otro orden de cosas. Nos quejamos de que el fútbol chileno está cada día peor y que ya no les ganamos ni a la selección del Vaticano. ¿Cómo quieren que mejore si programan los partidos en los días y horarios más inconvenientes posibles, muchas veces sin público y cuando lo permiten, es con entradas carísimas?
En los últimos días nos hemos enterado de ataques de perros bravos a niños. ¿Se puede responsabilizar a los canes o a sus dueños, que insisten en dejarlos en libertad de decidir por ellos mismos cuando es preciso atacar?
Falta el sentido común en niveles muy altos alguna autoridad decide per se que hay generaciones, como la suya, que tienen una escala de valores más alta que las de quienes les antecedieron. A lo mejor en el deporte, como ha ocurrido con el fútbol nacional, se puede hablar de generaciones doradas, pero en política… En política no, don Giorgio. Menos cuando este partido recién comienza. Primero gane un par de copas y luego hablamos.
Para no ser menos, se añora un poco de más creatividad y cordura en la franja televisiva, con faltas compartidas por los sesudos de los dos bandos.
A nivel local, tenemos algunos temas que salen a luz, precisamente porque denotan, sin ser demasiado graves, un manejo lejano al ideal en materia de sentido común. En ciudades ya atiborradas de automóviles, mientras no se logre controlar el uso de las calles, por ejemplo, con un buen programa para desestimular el uso del vehículo particular, reducir los espacios para estacionamientos es como vender el sillón de Don Otto. Es más parte del problema que de la solución.
También se nota, y mucho, la carencia de sentido común en algunas reparticiones públicas y privadas cuando la atención del público queda en manos de una persona que encuentra la ocasión para lucirse a costa de los usuarios.
Algunos van al médico, pero antes de llegar a él tienen que narrar con pelos y señales a los colaboradores del profesional lo que le ocurre, generalmente delante de otros dolientes. Y a veces no es una simple gripe, sino algo mucho más íntimo. ¿Y quién se atreve a poner el cascabel al gato?
Nos recuerda lo que ocurría en los antiguos juzgados cuando en medio del público el actuario lanzaba el grito “que pase la violada”. Como si su drama no fuese lo suficientemente grave, la avergonzada mujer tenía que soportar las miradas de los intrusos. Menos mal que eso ya se erradicó.
Viene el 18 y aunque esto depende de cada uno, si quiere pagar, nos parece totalmente falto de sentido común que los fonderos santiaguinos ya hayan anticipado que van a cobrar ocho lucas, sí ¡ocho lucas! por un anticucho y otro tanto por un terremoto. ¿No sabrán que la inflación nos afecta a todos y no sólo a ellos?
Por último, ahora que el comercio electrónico está casi omnipresente hasta para comprarse una sopaipilla con pebre en la feria, ¿por qué siguen obligando a ciudadanos de 40 a 80 años a ir a las tiendas, de madrugada, a veces con lluvia y siempre con mucho frío, a dar la pelea por unos cuantos sacos de pellets? ¿Hay gato encerrado o simple falta de sentido común?
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