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Por Mario Guarda , 9 de febrero de 2019

Columna de opinión: El lago Ranco ¿paraíso perdido?

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Los residentes permanentes vamos quedando cada vez con menos libertades para acceder al Ranco, ese es el lado ingrato de haber apostado por ser un destino turístico, directa o indirectamente es la presencia de otros lo que condiciona el territorio que considerábamos nuestro.

Nunca la palabra “viral” había sido tan literal en su significado, bastaron unas horas desde la publicación del vídeo para que el país entero se diera por enterado del bochornoso episodio del “jardín” a orillas del lago Ranco, desatando la polémica y el repudio general que reventó como un volcán en las redes sociales, una mezcla entre rabia, frustración, sentimientos de injusticia y decepción hacia una ley que no se respeta, lanzados con precisión de francotirador sobre el gerente de Gasco, un hecho que se transformó en la más actual muestra de la desigualdad social que rige en Chile y que ganó las portadas de la mayoría de los medios durante esta semana.

No voy a entrar en el detalle de los aspectos legales sobre los bienes de uso público y lo que entendemos por playas, eso ya está más que repetido y entendido, tampoco acerca de la brutal diferencia de ingresos entre ricos y pobres, o los extremos a los que puede llegar el abuso de poder con tal de ganar privilegios para unos pocos, lo que quiero compartir es algo más propio; lo que sentimos muchos residentes permanentes de esta zona, o sea Futrono y Lago Ranco, frente a cómo ha cambiado nuestro modo de vida junto al lago, ya que esa rabia, frustración o tristeza al ver el molesto vídeo no fueron producto de ese único hecho, sino que era algo que se venía incubando hace tiempo en el pecho de muchos quienes conocimos una época en la que el acceso a las maravillas naturales del Ranco casi no conocían prohibiciones ni cercos.

Dejando de lado el caso del “jardín”, y entendiendo que la ley sí respalda el derecho de todas y todos para acceder a lagos y ríos, aún así nos queda la nostalgia de un paraíso original; por ejemplo en Futrono los paseos a la amplia playa de Coique cuando aún no había condominios, o a la Pisada del Diablo en Lago Ranco, y otras tantas orillas de lago a las que se podía llegar sin preocupación ni problema con los propietarios de los terrenos colindantes, tiempos de caminos de ripio, en los que todos los vecinos se conocían, época sin teléfonos celulares ni internet, lo que mantuvo medianamente oculto y protegido este rincón natural.

Eso hasta que se comenzó a hablar del prometedor potencial turístico de la zona, y se vio al visitante, al turista, como una fuente de recursos y con ello otros visitantes, los de mayores ingresos, quisieron asegurarse un lugar para disfrutar de la belleza y tranquilidad de este paraíso recién descubierto.

Conforme la cuenca del Ranco ha ido adquiriendo fama de atractivo turístico, naturalmente recibe la demanda de foráneos que desean adquirir terrenos para instalar sus residencias, y la tónica es esa; familias que tienen una segunda residencia en estos lados, las que visitan unas pocas semanas al año.

Ya es sabido que las orillas de este hermoso lago han cautivado el interés de la élite de Chile, el ejemplo más conocido es el del empresario y actual presidente de la República Sebastián Piñera, quien tiene domicilio en Coique y por estos días estuvo disfrutando de sus vacaciones allí. En medio del lago esta la isla Illeifa, propiedad de la familia Edwards, dueños de El Mercurio y Agrícola Santa Isabel; hacia Coique encontramos la residencia del empresario y ex director nacional de Indap Ricardo Ariztía; en Mariquina la propiedad del viñatero Aurelio Montes; Gabriel Ruiz-Tagle, ex director nacional de Chile Deportes, y así podemos continuar una lista que incluye apellidos como Cruzat, Fernández, Covarrubias, entre otros, que se reparten por todo el borde del lago.

Obviamente los terrenos más cotizados son los más cercanos a la orilla, y eso trajo la nueva realidad de que los residentes permanentes vamos quedando cada vez con menos libertades para acceder al Ranco, ese es el lado ingrato de haber apostado por ser un destino turístico, directa o indirectamente es la presencia de otros lo que condiciona el territorio que considerábamos nuestro. Aparecen los cercos que cierran playas, los letreros de “prohibido el paso”, los portones con candados y, en última instancia, algún dueño que echa al osado o al desprevenido por poner el pie en una supuesta propiedad privada.

El acceso al lago y los ríos es un derecho que sentimos natural, nos permite disfrutar de esos recursos especialmente en verano, por eso la idea de que se nos prohíba llegar a ellos es un tema sensible, pero no hemos mirado hacia el otro lado; hacia cerros y montañas, espacios a los que también se está restringiendo el paso, y qué decir de los proyectos de generación de electricidad que se pretende construir hacia la cordillera, finalmente vamos quedando encerrados en los centros urbanos, aunque hace tiempo los compradores foráneos ya están adquiriendo propiedades dentro de los poblados de Lago Ranco y Futrono.

Eso nos ocurrió en el lago Ranco al querer ser reconocidos como destino turístico, no pensemos que esto es malo, solo que siempre las decisiones implican que al optar por ganar una cosa inevitablemente debemos estar dispuestos a perder otra.

Hace más de 20 años elegimos la vía del turismo y no hay vuelta atrás, por eso creo que ya es hora de que nos juntemos a evaluar qué hemos ganado y qué hemos perdido desde esa época hasta hoy, porque una vez que el mercado ha descubierto el paraíso, viene su venta, y queda la percepción de que las ganancias son para los privados y las pérdidas son sociales, o sea se privatiza el paraíso y los residentes permanentes pagamos los costos, por ello el trabajo de las autoridades y la sociedad civil organizada es a equilibrar la balanza para que las ganancias y beneficios lleguen a la mayoría, eso junto con apelar a los derechos (que afortunadamente existen) para disfrutar lo que es de todos, y que no vayamos a convertirnos también en expulsados del paraíso.

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